Tendencia Bomerang: Emociones políticas y la popularidad del presidente Andrés Manuel López Obrador.

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Leobardo Rodríguez Juárez
Twitter @Leboardorj

Martha C. Nussbaum en un brillante ensayo sobre las emociones políticas, refiere que todas las sociedades están llenas de emociones, el relato de cualquier semana en la vida de una democracia estaría salpicado de una importante variedad de éstas: ira, miedo, simpatía, asco, envidia, culpa, aflicción y múltiples formas de amor. La misma Nussbaum plantea que todas esas emociones, aunque cotidianas, poco tienen que ver con los principios políticos o con la cultura pública. Pero algunos casos son distintos, tienen como objeto la nación, los objetivos de la nación, las instituciones y los dirigentes de esta, su geografía y la percepción de los conciudadanos como habitantes con los que se comparte un espacio público común. 

Las emociones públicas, a veces intensas, tienen consecuencias a gran escala para el progreso de la nación en la consecución de sus objetivos. Pueden imprimir a la lucha por alcanzar esos objetivos un vigor y una hondura nuevos, pero también pueden hacer descarrilar esa lucha, introduciendo o reforzando divisiones, jerarquías y formas diversas de desatención o cerrilidad. 

La historia política y personal del presidente Andrés Manuel López Obrador tiene una característica que la hace distinta a muchos otros liderazgos: genera emociones públicas, intensidades, pasiones. Las emociones que han marcado el camino de lucha del presidente se encuentran desde la defensa de los pozos petroleros en Tabasco pasando por la confrontación con Vicente Fox y su proceso de desafuero; el odio social que se fomentó hacia él y su movimiento en el proceso electoral de 2006; el desprecio y menosprecio al que fue sujeto en la elección de 2012 y la resignación general de los conservadores ante la inminente ola esperanzadora de 2018.

En la elección de 2018, los conservadores intentaron una vez más sembrar miedos y odios; la estrategia no funcionó porque AMLO planteó de manera más eficaz el conglomerado emocional de su discurso: amor, esperanza, y fe.

Las emociones como la compasión, el miedo, la envidia y la vergüenza desempeñan un papel fundamental en la vida de las naciones. Una sociedad liberal puede aspirar a que las personas sientan vergüenza por la codicia y el egoísmo excesivos, pero jamás por el color de su piel o por sus discapacidades físicas. El miedo, puede provocar la división que cancela toda posibilidad de construir de manera conjunta mejores condiciones para la patria. Desde todo momento, se ha buscado promover la vergüenza de simpatizar con AMLO (ser chairo es el peor insulto que puede proferir un militante radical de derecha), la nación debe sentir vergüenza porque su presidente se come las “s” y es de lenta expresión, promueven el odio al afirmar que tenemos un gobierno incapaz de resolver los problemas públicos, los cuales, por cierto, fueron provocados por los gobiernos neoliberales.

Desde el día siguiente de su derrota electoral, retomaron su estrategia de promover emociones negativas entre los ciudadanos, el odio, el resentimiento, la frustración. Tardaron en entender que la decisión de más de 30 millones de mexicanos se dio por la excesiva sensación hartazgo por los escandalosos casos de corrupción, por la precarización del ingreso familiar, por la insultante desigualdad económica.

Los opositores al presidente no han logrado (ni lograrán) arrebatarle la bandera de la honestidad valiente, no han logrado mermar la base dura que se fue construyendo durante más de treinta años de lucha social. Hoy festejan al unísono que el presidente ha perdido puntos en su popularidad, que ha crecido el rechazo hacía él. La derecha reaccionaría hoy festeja que el presiden pierde voluntades por temas relacionados con la violencia, la cual es la expresión más contundente de la herencia maldita de la fallida lucha contra el narcotráfico durante el gobierno de Calderón. Los adversarios del presidente festejan los tropiezos a la hora de explicar la postura oficial en temas críticos como  los feminicidios y la lucha por el respeto de los derechos de las mujeres y la erradicación de la violencia contra ellas.

Los contrarios al proyecto de la 4T, empiezan a oler los prematuros vientos electorales, pretenden sembrar odio y miedo. Odio contra los que, desde su visión, usurpan el ejercicio del poder público.  Miedo,  contra los que hoy, en su ánimo de cambiar todo, no están cambiando nada. Ninguna de las dos emociones está sustentada en una creencia generaliza, por eso no sería imposible que en la próxima medición (siempre y cuando no esté cuchareada) el ejecutivo federal recupere posiciones en el ánimo social.

La política es incierta, la opinión pública es impredecible, ambas se construyen a través de sensaciones y emociones; se describen a través se sentimientos, sentimientos que trascienden posturas básicas y generales que buscan su manipulación. Es muy peligroso que en el ánimo de alimentar intereses mezquinos y de perseguir la vulgar ambición de recuperar el poder perdido, se nutran sentimientos como el odio o como el miedo. Son tiempos en los que la patria nos exige fomentar de manera política el amor como emoción rectora y de la cultivación pública de la simpatía y el interés por los otros que puedan motivar una serie de acciones valiosas, desde la defensa de la soberanía nacional hasta la filantropía. El amor público es la única emoción que puede promover la justicia y la igualdad, sus expresiones contrarías, sólo buscan la destrucción y debilidad.